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Sustentabilidad
Informe especial

La incidencia de los viajes en la sustentabilidad del planeta

La pareja turismo-transporte tiene en su espalda la mira láser de quienes la apuntan como un responsable mayúsculo del cambio climático. También aumenta la influencia de movimientos que buscan contagiar la “vergüenza de volar”. Y el sector, lejos de poder mostrar aportes sustantivos, aumentará sus emisiones de CO2 víctima de su propio crecimiento.

“El viaje de Greta Thunberg al ‘lado correcto de la historia’”, titula el diario español El País un artículo que retrató la llegada a Lisboa de la joven activista sueca para participar de la Cumbre del Clima que tuvo lugar en Madrid (COP25) en noviembre pasado. El “lado correcto de la historia” es la analogía con la cual el periodista describe la travesía en barco con la cual Thunberg cruzó el océano Atlántico para evitar usar el avión como medio de transporte (algo que hace desde 2015).

Al margen de lo maniqueo de la frase (el concepto de bueno-malo suele ser mal consejero a la hora de hablar de historia), la metáfora grafica la tendencia creciente a trazar una línea que separa a aquellas actividades que destruyen el planeta de las que lo cuidan. Y la pareja turismo-transporte tiene en su espalda la mira láser de quienes la apuntan como un responsable mayúsculo del cambio climático.

LA VERGÜENZA DE VOLAR.

¿Por qué debería preocuparse el turismo por la sombra de una joven sueca? Por un lado, porque la visibilidad alcanzada por Greta no sólo ha “viralizado” el mensaje entre los irreverentes centennials, sino que ha logrado coagular conceptos que el sector, antes de calificar, tendría que entender. No por filantropía, sino porque a diferencia de años anteriores esa rebeldía está permeando lentamente en pautas de consumo.

El “Flygskam” –que literamente significa “la vergüenza de volar”– es una consigna que apunta a que la gente busque medios alternativos al avión para trasladarse. Tengamos en cuenta que seis de cada 10 viajes internacionales por turismo se hacen en avión. Ese eslogan va de la mano del “Tagskyrt”, que sería la versión sueca del “orgullo de viajar en tren”. En Europa se puede reemplazar buena parte de las emisiones de CO2 de los aviones trasladándose en trenes (cada km. en avión contamina cinco veces más que hacerlo en ferrocarril), pero pensemos el impacto que tendría sobre los mercados de larga distancia respecto de las principales fábricas de turistas.

Son pocas hoy las evidencias serias de que estos movimientos vayan a hacer tambalear el turismo. Pero empiezan a pulular estudios que tratan de imponer sentido al respecto. Por ejemplo, uno de la World Wild Fund (WWF) afirma que el año pasado un 23% de los suecos renunció a subirse a un avión y de ellos la mayoría optó por viajar en tren. Del mismo modo, una encuesta del portal de escapadas Weekenddesk revela que el 45% de los españoles estaría dispuesto a efectuar viajes cortos sin avión con tal de reducir el impacto en el cambio climático.

LUZ AMARILLA.

¿Son esos datos extrapolables a nivel global? De ninguna manera, pero no deja de ser preocupante el cambio de clima respecto al turismo. Y en el sector empiezan a tomar nota de ello. “Si no ofrecemos una respuesta, este sentimiento crecerá y se expandirá”, advirtió Alexandre de Juniac, presidente de la IATA.

Otro que analizó el fenómeno antes de la COP25 fue Gabriel Escarrer, vicepresidente ejecutivo de Meliá, quien reconoció que el cambio climático es el mayor riesgo y que la actividad debe dar un paso adelante y liderar la reducción de las emisiones de CO2: “Debemos concienciarnos, porque se está generando un movimiento de vergüenza de viajar. Ahora con la Cumbre vamos a estar en la mira, pero no somos los culpables, somos un agente más que además está trabajando en ello”.

Dicho y hecho, en la COP25 turismo quedó en la mira, de extraños, pero también de propios. La secretaria ejecutiva de las Naciones Unidas para el Cambio Climático, Patricia Espinosa, dijo la semana pasada que el turismo es una potencia económica global, tanto por su aporte al PBI (10,4%) como por la cantidad de empleo que crea, pero señaló que todo eso puede estar en peligro: “Con este tipo de éxito, ¿por qué deberíamos cambiar lo que estamos haciendo? Francamente, porque no tenemos elección (…) Si algunas compañías e industrias no se adaptan a este nuevo mundo, dejarán de existir”.

Así de cruda fue la mirada sobre la industria en la Cumbre. Al punto que la presidenta del Consejo Mundial de Viajes (WTTC), Gloria Guevara Manzo, planteó: “Simplemente decir ‘no viajen, eso ayudará al ambiente’ sería muy irresponsable y llevaría a un aumento de la pobreza, del desempleo y, en última instancia, de los daños al planeta”.

LA ENCRUCIJADA.

¿Es el “Tagskyrt” lo que desvela al sector? Definitivamente no. La verdadera encrucijada de la industria es que su imparable crecimiento lo deja expuesto a las críticas. El abaratamiento de los vuelos, la mayor conectividad y los avances tecnológicos han alimentado un desarrollo exponencial de los viajes internacionales: de los 770 millones de arribos en 2005, se pasó a los 1.200 millones en 2016 y para 2030 se estima que serán 1.800 millones. Sin contar que los arribos domésticos también se duplicarán en la próxima década. Algo que además va de la mano de la democratización de los vuelos. En 2005 sólo el 17% de los arribos (tanto domésticos como internacionales) fueron en avión, mientras que en 2030 serán el 33% del total. Y aunque la huella de carbono por kilómetro tiende a bajar, semejante crecimiento en los viajes hará que para 2030 las emisiones de CO2 relacionadas al transporte turístico hayan crecido un 103% respecto a 2005.

EL PESO DE LOS NÚMEROS.

“¡Pero si va desnudo!”, exclama un niño -en el clásico cuento infantil del danés Hans Christian Andersen- al ver desfilar al rey, quien creía que llevaba un traje invisible a los ojos de los estúpidos. A los pocos segundos, todo el pueblo se anima a gritar que el emperador estaba desnudo y éste cae en la cuenta de que había sido estafado.

Hoy es Greta Thunberg, la niña sueca mencionada al comienzo de este informe, la que grita que el turismo está desnudo y contamina más de la cuenta. Hace años no toma un avión para evitar la emisión de carbono y viaja en barco para decirle en la cara a los líderes globales frases como: “Estamos al principio de una extinción masiva y de lo único que hablan es de dinero y de cuentos de hadas de eterno crecimiento económico” o “Quiero que entren en pánico. Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días. Y luego quiero que actúen”. Una parte del “pueblo” ha empezado a seguirla y responde con el grito viral de “la vergüenza de volar”, una influencia que llevó a la revista Times a elegirla como la personalidad del año (la más joven de la historia).

¿Cuánto hay de real o de ficción en la adaptación del cuento de Andersen que acabamos de hacer? No mucho, pero la influencia de los movimientos ecologistas que buscan contagiar la “vergüenza de volar” crece día a día, aunque lejos esté de hacer tambalear el ritmo arrollador de una de las industrias que en la última década más se desarrolló.

Tampoco el rey desconoce estar desnudo. El tándem Turismo-Transporte sabe que los avances en materia de reconversión verde no son suficientes y no niega su preocupación por la mala reputación que están empezando a ganar los viajes en avión para ciertos sectores de ciertas sociedades.

LA ENCRUCIJADA.

La encrucijada se puede resumir en dos perfiles estadísticos. Por un lado, está la información de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA, por sus siglas en inglés) que días atrás señaló que comparado con 2009 las emisiones de carbono por pasajero se redujeron un 50%. En buena medida debido a una mejora anual en la eficiencia del combustible del 2,3%, gracias a la inversión de US$ 1 billón en nuevas y más eficientes aeronaves en la última década. “Es un logro sorprendente de la experiencia técnica y la innovación en la industria de la aviación. Pero tenemos ambiciones aún mayores. A partir de 2020 limitaremos las emisiones netas. Y para 2050 reduciremos las emisiones a la mitad de los niveles de 2005”, dijo Alexandre de Juniac, director general y CEO de la IATA, quien semana atrás reconoció su preocupación por el avance del fenómeno de la “vergüenza de volar”.

Por otro lado, en los últimos años las emisiones de CO2 vinculadas al transporte de turistas (que son ¾ partes del total de la actividad) no han parado de crecer. En 2005 las emisiones totales por ese concepto fueron el 3,7% de las generadas por la actividad humana. Diez años más tarde el impacto de la actividad representaba el 5% y para 2030 esa proporción seguirá aumentando hasta llegar al 5,3%. En términos de cantidad de toneladas de CO2, las emisiones vinculadas al transporte turístico se dispararán en ese período de 25 años un 103%.

Curiosamente, es el transporte aéreo no sólo es el que más emisiones de carbono produce, sino que también es el que más toneladas suma año tras año. Una situación que va de la mano de la democratización de los vuelos y se evidencia en que en 2005 sólo el 17% de los arribos (tanto domésticos como internacionales) fueron en avión, mientras que en 2030 serán el 33% del total y producirán el 56% de las emisiones atribuibles a los arribos turísticos. Es más, sin poner en duda los datos de la IATA sobre la considerable mejora en la eficiencia de los aviones, lo cierto es que para 2030 por primera vez el CO2 por kilómetro generado por los pasajeros en vuelo será mayor al de quienes se trasladan por auto. El transporte en cuatro ruedas es hoy el más intensivo en CO2, pero se espera que esto cambie para 2030 con la adopción de los vehículos eléctricos. Además, hoy el pasajero aéreo genera cinco veces más CO2 por kilómetro que el tren.

Ahora bien, no todas las emisiones de CO2 del turismo son achacables al transporte. La actividad genera el 8% de los gases de efecto invernadero, de los cuales el 5% son atribuibles al traslado de viajeros. “El sector turístico ya no puede depender solo de las estrategias de descarbonización del transporte. Debe determinar su propio escenario de transformación y avanzar para desacoplar significativamente el crecimiento de las emisiones”, advierte un informe elaborado por la Organización Mundial del Turismo (OMT) y el Foro Internacional de Transporte (ITF).

EL DILEMA DE CRECER.

¿Por qué si el promedio de emisiones de CO2 por pasajero por kilómetro ha bajado considerablemente en los últimos años la huella de carbono aumentará un 103% en un período de 25 años? Básicamente porque la cantidad de gente que viaja y, sobre todo, la que lo hace en avión, crece a un ritmo mucho mayor.

Sólo los arribos internacionales pasaron de los 770 millones en 2005 a los 1,2 mil millones en 2016 y se espera que alcancen los 1,8 mil millones para 2030 (más de 6 de cada 10 en avión). O sea, se espera contar con un 134% más de gente viajando al exterior por año. Además, el 96,5% de los viajes intrarregionales son por aire.

Pero incluso es mayor el aumento del turismo doméstico, que pasará de los 4.000 millones de 2005, a los actuales 8,8 mil millones de personas y a 15,6 mil millones en 2030, un 290% más que al inicio del período. Y el dato interesante para analizar es cómo en los traslados internos ha ido ganando participación el avión: que era el 12% del total en 2005 y será el 27% para 2030.

“Con este tipo de éxito, ¿por qué deberíamos cambiar lo que estamos haciendo? Francamente, porque no tenemos elección. Ninguno de nosotros la tiene”, dijo la secretaria ejecutiva de las Naciones Unidas para el Cambio Climático, Patricia Espinosa, a los representantes del sector en la reciente Cumbre COP25 de Madrid.

¿Es frenar las turbinas de la industria una opción? Ciertamente, para el sector no lo es. La carta que ponen en juego los dirigentes sectoriales es que el turismo internacional representa el 29% de las exportaciones mundiales de servicios y el 7% de las exportaciones totales, además de crear 1 de cada 5 empleos nuevos en un mundo sediento de fuentes laborales.

“Simplemente decir ‘no viajen, eso ayudará al ambiente’ sería muy irresponsable y llevaría a un aumento de la pobreza, del desempleo y, en última instancia, de los daños al planeta”, planteó la

presidenta del Consejo Mundial de Viajes (WTTC), Gloria Guevara Manzo, en el mismo escenario.

Los datos son elocuentes y la encrucijada está planteada. La solución todavía está verde.

EN NÚMEROS

50% se redujeron –según la IATA– las emisiones de carbono por pasajero en bordo de aviones comparado con 2009.

103% aumentarán en términos de cantidad de toneladas de CO2, las emisiones vinculadas al transporte turístico entre 2005 y 2030.

12 de cada 100 viajes domésticos en 2005 se hacían en avión. Para 2030 serán casi el 30%.

290% crecerá para 2030 la cantidad de arribos de turismo interno comparado con 25 años antes.

96,5% de los viajes intrarregionales son en avión.

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